RADIOS COMPAÑERAS

viernes, 5 de octubre de 2012

PLUMA ECHEGOY - OPINION



“Nadie puede arrogarse condicionar”

La Asociación Norte Amplio por los Derechos Humanos manifiesta su preocupación por el pronunciamiento que involucra a prefectos y gendarmes, según sus públicas manifestaciones, disconformes con la liquidación de sus salarios, que habrían sido despojado componentes decisivos vigentes hasta el momento. Hasta aquí una demanda natural y previsible de trabajadores que requieren la permanencia del poder adquisitivo del salario.

Saben prefectos y gendarme con cuánta minuciosidad y cautela tratan lo funcionarios del área pronunciamientos e insubordinaciones que repercuten en una presencia y disponibilidad de agentes vitales para cualquier política de seguridad que los requiera. No contamos con la información que pudiese esclarecernos las razones de una decisión extrema. Tampoco si se intentaron vínculos y conversaciones para superar las desavenencias. En estos casos puntuales las respuestas no suelen ser inmediatas. Pero  talantes y humores, de una y otra parte, predispuestos al diálogo y el consenso pueden abordarla. Ya nos extenderemos sobre este asunto, revisando la opinión de expertos, pero sin experimentarnos deudos.

Por lo pronto La Mirada, ese programa ignoto del extremo Occidente, cuyo nombre fuese escamoteado por tres o cuatro ignorantes cuya frontera nacional es una suerte de muro de Berlín pero sudamericano, pudo anticipar el lunes lo que otros escribieran siete días luego. Los derechos de autor no se reconocen en ninguna parte, sean los buenos o los malos los que los garrapateen siempre urgidos por el tiempo, siempre fascinados por las cornisas, siempre entre el abismo y el despeñadero, también los compañeros adictos no menos al fulgor que al filo de las navajas, pero siempre también olfateando como sabuesos por donde discurre eso de las estatuillas, eso de las cenas y los discursos de la humildad en el resplandor que ciega y enamora. Pero ese es otro tema.

Nadie puede arrogarse condicionar a un Gobierno cuyas políticas de Estado legitimaran, hace poco más de un año, abrumadoras mayorías. Un pueblo que estime sus pronunciamientos soberanos e indisputables, y fuera absolutamente del alcance de individuos y de grupos, no tan expeditivamente resignará sus logros democráticos, su paciente construcción de una sociedad con mayores niveles de equidad y de justicia. No importa cuán cerca o lejos se pretenda nadie del Gobierno Nacional y específicamente de la Presidente Cristina Fernández de Kirchner, la adhesión o el rechazo tendrán siempre la oportunidad de expresarse libremente, de derramar incluso hasta la exasperación su virtuosismo crítico. Pero no lo hará a los pechazos y de cualquier manera. Este es el sentido profundo, contemporáneo e inclusivo en que recrea su sentido la consigna que apela a la sangre derramada. No es la sangre, precisamente, lo que hace la diferencia. Es la acumulación de sufrimientos de larga data, contemporáneos y superpuestos lo que dirime, en elecciones libres y democráticas, la voluntad de un pueblo que ha visto demasiado como para suponerse ingenuo y desinformado.
 

"Con más Democracia y sin Impunidad" decía aquel afiche

En esa madurez política profunda que no pocos desestiman, elige, una vez cada cuatro años, lo que prefiere. Y elige rotundamente, sin dejar lugar a dudas. Obliga a propios y extraños a un recurso para el que no hay un vocablo, un concepto preciso, al momento de capturarlo: algo que vincula de manera abyecta y distorsionada, como una mueca en un rostro fresco y recién salido de la ducha, la defensa de la democracia y el desprecio de las muchedumbres.

De manera que se deberán investigar los hechos con un celo en absoluto defensivo. Un Estado que se precie de ser representativo de mayorías, como es el caso, irá por el hueso sin distraerse ni confundirse por la red de nervios que le exigen premuras imposibles. Si es verdad que el Gobierno es el pueblo, el Gobierno es inaccesible a los intempestivos y destituyentes. También deberá aprender el pueblo a convivir con ellos sin arredrarse ni atemorizarse, sin experimentar en riesgo su voluntad. 

La pregunta de rigor es cuántos millones de sufragios debe invertir un pueblo si un 55% es insuficiente para librarlo de incertidumbres. Tal vez algo haya en esa estampida instintiva y defensiva del arco democrático, de reconocimiento a grupos residuales y en repliegue cuyo exclusivo y acotado recurso para hacerse visibles es el puntual zarpazo sobre hombres y mujeres desguarnecidos. Es una ofensiva que rabia ante su descomunal y perseverante derrota, que se les ocurre, por prolongada como nunca antes, eterna.

Si fuese convocado el pueblo llano a expresar su voluntad mañana, la ya legendaria yegua se alzará con el 54 % de los sufragios, tal vez con un 56 %, tal vez con un 58 %. En absoluto es improbable.

¿Por qué no es suficiente nunca ninguna cifra para que los argentinos se experimenten libres y seguros? No es sólo por la presión destituyente de los medios, aunque influya. Es porque los argentinos, desde que conformaran algo que pudiese reunirlos en un mismo territorio y nombrarlos del mismo modo, y aún antes, conciben la incertidumbre constitutiva y distintiva de lo que son y no querrían dejar de ser aunque sufragaran una y mil veces para negarlo sin que nadie, incluido el Imperio, les tuviese que empujar, ni tan siquiera distorsionar y manipular las cifras para ser favorecido.

Esa es la revolución virtuosa que se espera. La legendaria mujer no descansará, ni puede descansar. Reina, también gobierna. Pero no desconoce sobre quiénes, unos ciudadanos, que por mucho que vociferen respecto al futuro de sus hijos, por mucho que demanden seguridad y previsibilidad, son una peculiar estirpe y raza de equilibristas y suicidas en potencia, una raza y estirpe para los que la vida consiste en una cuerda tendida sobre el abismo. La oposición no existe. El problema es que existen los argentinos, entre los que imagino, estaré incluido.

Pero lo primero es lo primero, así razonamos los argentinos, así nos entendemos nosotros. Lo primero es la reforma constitucional que posibilite la reelección de la yegua. De lo demás nos ocuparemos luego.
 
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Pero en un contexto latinoamericano que supone adverso, los Estados Unidos de América comienzan a mostrar una cierta inquietud sobre gobiernos que en absoluto integran a sus programas estratégicos disputar la propiedad de los medios de producción. El socialismo del XXI no es el del XIX, es una suerte de equidad distributiva en condiciones de garantizar a cientos de millones previsibilidad y certidumbre. Si el Departamento de Estado no quiere, contra abrumadora prueba, reconocerlo, es por la presión de una docena de multinacionales cuya bandera no es la que flamea con bandas y estrellas en mástiles de cancillerías, consulados y buques de guerra. Revelando que aún esa Nación que se admite razonable, no es inmune al terrorismo. No de los musulmanes, que ya no son, en virtud de una cruzada de medios de prensa no sólo norteamericanos, que demostraron y demuestran niveles de sumisión, descontrol, abyección y salvajismo sin precedentes, de manera que para el común no son los musulmanes un pueblo o unos pueblos como otros tantos, constituidos por sujetos de derecho, por personas y familias, sino una suerte de subespecie de homo sapien sapiens, portadores de una peculiar mutación genética que hace que las mujeres de confesión islámica alumbren niños munidos de artefactos explosivos dispuestos a estallar en el momento oportuno, por lo general en espacios y enclaves fortificados de Occidente en Oriente.

Quienes escribimos desde un remoto lugar del Extremo Occidente, no seremos jamás escuchados. Nada nuestro por razonable fuere caerá en suelo fértil. No obstante nuestro pecado no será la ingenuidad ni la indiferencia. Poco importa que la golondrina suelta, por mucho que se esfuerce, muera sin hacer verano. Lo que importa es el trazo.

La mulsumanidad...

Lo que en verdad ocurre es que el Gobierno norteamericano es impotente para controlar a sus propios súbditos, a sus ciudadanos inestables y enloquecidos.  O acaso él mismo enloquecido, no puede ya advertirlos. Por ello en Punta del Este esos inestables ciudadanos norteamericanos, funcionarios de organismos subterráneos, intentarán conformar asociaciones ilícitas, no para beneficiar siquiera a Estados Unidos, sino para hacer del crimen y la violación de los derechos y garantías ciudadanos, una política de Estado. Como si la descendencia en irreversible descomposición de aquellos progenitores que se arrogaran una invencible vocación democrática, se dijesen los unos a otros, en su criminal, devastadora ignorancia: “Lincoln, ah sí, Lincoln… algo me acuerdo de este tipo. Espero lo hayan suprimido”.


CARLOS ECHEGOY ZAMAR
3/10/12