Mi abuela...
“Soñaba verlo”
En
la pensión anidaban ratas, yo no las recuerdo. Se arrimaban “ratis”, yo no los
recuerdo. Ahí vivíamos con la Pili, la mamá del Gringo, mi viejo. Tan alegre y
tan triste, nuestra abuela. Fue un gran brazo para mi madre. La quiso como a su
hija. La madre que lloró, calló, tragó su pena larga, sostenida, un dolor que
crispaba al que se detenía en sus ojos. La abuela grande, pintaba y esculpía
lechuzas. Lechuzas de la visión, de la sapiencia, el ojo en la noche sin luna.
Saber qué camino trazó la sangre de su hijo secuestrado, que los lamparones
amarillos del ave nos guíen.
Nunca
más vio a su hijo. Pero soñaba verlo, siempre soñaba verlo. A veces voy por la
calle – me decía – y lo veo, hijito, pero no, se da vuelta y era sólo una impresión.
¡La impresión que me daba a mí escucharla! Sería lindo abu, pero pensá que si
está libre nos está buscando, no va andar por ahí paseando, sin verte. Y la
Pili decía: que te creés que los largan sanitos, salen tarados, locos por las
torturas, no reconocen a nadie. Paf, qué diálogos, casi monólogos que se
repitieron por años.
Pintaba
a Monet, estudiaba las luces, los colores. Era nena cuando robaba los pelones
del vecino, ideó un tachito con mango para sacar los de lejos, qué ricos qué
dulces pelones, enormes. Era niña con su muñeca de porcelana con aros largos de
lentejuelas azules. Esa muñeca que peinaba y adornaba.
La
lechuza era sin dudas su animal rector, su compañía terrena. Regalaba avecitas
de papel maché y cuando podía compraba, saleros, pimenteros lechuciformes.
Decía que eran para la suerte. Yo recuerdo una especialmente, una lechuza
dorada, de yeso sería o cerámica pintada, sus ojos tenían luz, magia. La
acompañó siempre. La recuerdo en una ventana en la pensión de Flores, un
espacio hundido de la pared que tenía vidrios de colores, un altarcito para
ella. Miraba para afuera, para la escalera de entrada. La lechuza veía a la
poli cuando venía por mi vieja o por las chicas. Las “prostis”, decía la
abuela, otras escondidas. Vivíamos todas juntas trepando las escaleras para
pasar otra noche en libertad. Y la suerte acompañó.
La
algarabía de la pensión resuena en la memoria lejana. Habíamos dejado atrás, en
el camino, temores viejos y ahora llegaban los nuevos. Andábamos. Y juntas en
una ciudad gigante, alborotada, anónima, tanto como uno quería. Dónde no ser te
da un respiro, una bocanada de buenos aires.
Cerca
estaban los tíos, guardados por la fuerza. Tenía que conocerlos. Armar el
arbolito genealógico. Tres tíos conocí barrotes mediante: Taqui, Tati y
Marcelo.
Texto leído por
Guillermina Perot en la muestra "Resistenciarte" en Reconquista el
24/3, recordando a la mamá de Guillermo, su abuela. Su papá, el militante popular Guillermo Perot era oriundo de Vera --norte santafesino- y está desaparecido. La joven compañera, que expuso una obra en la muestra, conoció por primera vez la ciudad y la casa donde vivió su padre.
Arte por la Memoria: 24 de marzo, en una de las actividades organizadas por NorteAmplioDDHH en la ciudad de Reconquista |