Pascua
Por
Federico Lorenz * -Pagina 12 (24/7/15)
El
10 de julio murió Orlando Pascua, ex combatiente de Malvinas. Era “clase 62”,
es decir que murió una persona muy joven. Sin embargo, desde que volvió de
Malvinas no paró un segundo. Hizo de todo, como si sintiera que tenía que pagar
con sus acciones esa sobrevida que tenía, cuando tantos de sus compañeros
habían caído.
Es
cierto que había que aguantarle su “correntinidad”, que le salía por los poros
y que te restregaba en ese modo amable y afectuoso cada vez que podía. Como
cuando parábamos cada cinco minutos en la ruta entre Madryn y Trelew, junto a
Pablo Vassel, en una recorrida memorable para hablar sobre Malvinas y la
memoria. Recién empezaba el proceso de denuncias por delitos de lesa humanidad
en Malvinas, que la Corte Suprema paró este verano. Lo conocí en esa ocasión.
Luego hicimos algunas cosas juntos, otras no. En sus gestos y en sus acciones
aparecía el militante social. Hoy todos hablan de Malvinas como una causa de la
memoria, pero hay que recordar que en 1982 los ex combatientes estaban solos:
no los entendían los organismos de derechos humanos; muchos compatriotas no los
querían ver; los militares aún en el poder los consideraban un problema porque
con sus denuncias los pusieron en evidencia: como se decía entonces, ni
siquiera sabían hacer lo que se suponía que sabían hacer. Las primeras
organizaciones de ex combatientes no la tuvieron fácil. Imaginen cuánto más
difícil tiene que haber sido en lugares más pequeños y tradicionales. Pascua,
peronista, fue uno de los fundadores del Centro de Ex Soldados Combatientes en
Malvinas de Corrientes, que integró desde el comienzo la Coordinadora Nacional
de Ex Combatientes.
Siempre
supo distinguir: “Patria” y “Malvinas” no significan cualquier cosa. Se opuso a
los “carapintadas” y se expresó a favor de la democracia. Soportó en minoría la
década del noventa, cuando las posturas más radicales de los ex combatientes
fueron desplazadas por el regreso acrítico del discurso militarista. Desde 2003
impulsó y fue parte del proceso de revisión con memoria y justicia del pasado.
En esa marea fue que nos conocimos. Convencido de lo que había que hacer,
soportó críticas de muchos de sus pares, tanto como cosechó el apoyo de otros:
había que denunciar a los malos jefes, a los torturadores. Recogió testimonios
en lugares que ni siquiera figuran en los mapas. Para él era un deber
identificar a los soldados cuyo nombre se desconoce enterrados en Malvinas.
Orlando,
ese correntino petisito y de palabras suaves y firmes, hablaba muy poco de sí
mismo y mucho de los demás. No contaba mucho de la guerra. Pero basta saber que
combatió como infante de marina, en el BIM 5, para saber que no la tuvo fácil,
suponiendo que alguno de los soldados en la primera línea en Malvinas la haya
tenido. Cumplió años el día de la rendición, el 14 de junio. Eso sí lo contaba
con emoción: sus compañeros sacaron como por arte de magia un chocolate y le
cantaron el feliz cumpleaños bajo fuego inglés. Su posición estaba en el Sapper
Hill, un cerro cercano a la capital de Malvinas. Fotos capturadas por algún
inglés muestran a los infantes de marina en los cerros: él está entre ellos. Y
aunque su unidad despertó elogios de los mismos ingleses, y se replegó a Puerto
Argentino en orden, tuvo que aguantarse, décadas después, que un militar
acusado de vejaciones a sus propios hombres lo tildara de cobarde. Era la forma
de descalificar sus esfuerzos por lograr el castigo de aquellos superiores
responsables de malos tratos a sus soldados.
En
2007, con todas las ganas que tenía de regresar a las islas en las que casi
dejó la piel, se “bajó” de un viaje porque era necesario su testimonio y su
trabajo político en el impulso de la causa judicial, radicada en Río Grande.
Así, por lo que supe y me cuentan, era él. Nunca regresó a Malvinas. Pero sé
que lo enterraron con tierra de las islas en las manos.
En
Soldados de Salamina, Javier Cercas afirma que escribe para que los nombres de
los combatientes no sean olvidados. Pienso que tiene razón. No es un gesto de
soberbia, sino de resistencia. Es lo mínimo, si no lo único, que este
historiador puede hacer. Pedirles que recuerden a Orlando Pascua, que puso la
cara por todos nosotros en Malvinas, que tenía claro que en nombre de la patria
no se puede hacer cualquier cosa, y que peleaba, como los buenos, por el
sentido de esas palabras.
Que
descanse en paz, con sus manos llenas de esa tierra que amó tanto.
(*
Historiador).