la voluntad
ni ebrios ni dormidos
Las últimas noticias
situaron la cuestión seguridad-inseguridad en su justo medio perturbador. Una
serenidad y calma, una responsabilidad democrática y severa, no podría concluir
que no hay en una Institución espacio para los honestos, menos cuando
recapacite en la limitación objetiva de una brocha demasiado torpe y gruesa
como para trazar complejidades, como para representar las texturas, los tonos y
gradaciones de la diferencia.
De ninguna manera
razonable podría postularse ni sostenerse que una Policía honesta es imposible.
Un solo agente del orden público que no cediera al rigor absolutista de
semejante tesis, la pulverizaría por su mera existencia física. La anulación de
facto de su posibilidad expresa la impotencia de un pensamiento defensivo y
regresivo que a la hora de la verdad decide el fin de la Historia, que no
obstante, continuará si el Pueblo no va por las astas.
No es que esa
pincelada no contenga nada de verdadero, no es que todo lo suyo deba
desecharse, pero trazada desde un lugar, poco aporta a abordar un problema
complejo, acaso el más complejo de todos los que debe asumir hoy un Estado
siempre que no admitiese una resignación letal de su soberanía: en esta
instancia es cuando un cadáver más sí importa al mundo. En tanto que compromete
en su osadía insensata a una República y Nación y Pueblo que escribiesen,
urgidos por sus circunstancias, a la luz de una humilde vela de cebo, lámpara
rudimentaria, un poema fundacional: Oíd mortales el grito sagrado.
Si la decisión
política es plena y asumida, el imponente curso arrasará todo obstáculo, sin en
absoluto recurrir a violencias y estridencias superfluas. La estridencia, el
chirrido, el gozne enmohecido y la ranura, no son gratos al oído de la
República Argentina, que aún se debe a sí inclusiones de supremo rango en que
se destaca el reconocimiento de derechos de pueblos originarios.
La República
Argentina, el Pueblo, debe recuperar de un modo expeditivo el absoluto
monopolio de la violencia, porque los muertos y las violencias del
narcotráfico, tanto como las víctimas de desalojos compulsivos y salvajes de
pequeños propietarios criollos y originarios, revelan que bandas delincuentes
se arrogan con relativo éxito desconocer su imperio. El desafío que implica ese
despliegue insolente y asesino es y debe ser intolerable para un pueblo
libre y soberano.
Tal vez, acaso, no lo
pensé antes de escribirlo, ciertamente discurran confrontaciones y eventos
vinculados a una Independencia inconclusa, y de una democracia que en treinta
años de vigencia, no pudo recrear sus Instituciones profundas tal como le
exigen abrumadoras mayorías.
Entre ellas unas Instituciones policiales en condiciones
de garantizar la vida, los bienes y las propiedades de los ciudadanos, de todos
los ciudadanos sí, pero con peculiar celo las de los ciudadanos vulnerables.
No podrían de ningún modo estas Instituciones, ni ebrias
ni dormidas, declarar guerras interiores de ninguna naturaleza, de grupos y / o
de bandas, las que fueren, robar, torturar, matar, y en una descomposición
insostenible y ruinosa, cobrar por brindar seguridad mediante el ingenioso
método de promover el cáncer para luego vender los medicamentos para curarlo.
El condimento de que
tales bandas se comanden desde reductos Institucionales específicamente creados
para combatir el crimen organizado, es de una gravedad, que por ostensible, es
innecesario subrayar aquí, aunque volveremos sobre ella en otro momento.
Ante la crítica
situación creada por una descomposición cuyo horizonte es arrodillar la
República y hacer del sufragio universal y el pronunciamiento de los pueblos,
una despreciable y vergonzosa concesión de contemporáneos Señores de la Guerra,
se impone por parte de los pueblos una respuesta acorde, contundente,
imperativa, absoluta.
De manera que la
propuesta consiste en un plebiscito en que el Pueblo exprese su Voluntad, un
pronunciamiento, que por su magnitud, enseñe de una vez y para siempre como
deben ser y serán las cosas de aquí en más en la República Argentina.
Las urnas son los
únicos buzones de la vida que puede consentir un Pueblo digno, valiente y
convencido. De prosperar la iniciativa, el Pueblo acudirá masivamente, lleno de
futuro y certidumbre. Ya es victoria.
CARLOS ECHEGOY