Manuel Azulay
UN NIÑO DE UN AÑO ARREBATADO
El juicio al grupo de tareas de la Policía Federal reveló otro ataque del terrorismo de estado a los niños. El robo de un bebé de un año que fue arrebatado de los brazos de su madre, ALBA ARGENTINA ACOSTA, en la Comisaría Cuarta, en octubre de 1976. MANUEL estuvo desaparecido un mes y su familia recién lo recuperó en noviembre, cuando una noche lo dejaron en la casa de una vecina de su abuela, en Reconquista, en una caja, con ropa limpia y una mamadera caliente. “Chiche abrí, acá está tu nieto”, le dijeron a la mujer que entonces tenía 80 años. Alba relató el robo de Manuel ante los jueces del Tribunal Oral de Santa Fe, dijo que el hecho ocurrió en la cochera de la Cuarta –que era la zona militar donde operaba el Destacamento de Inteligencia 122 del Ejército-, y que mientras estuvo secuestrada en el Servicio de Inteligencia de la Policía de Santa Fe (el D2, en San Martín y Obispo Gelabert), le pareció escuchar el llanto del niño. “Entonces, en la tortura la amenaza era que lo iban a matar, que lo iban a cortar en pedacitos. Y encima, los golpes”. “Mi aflicción era cada vez peor porque yo sabía que había niños desaparecidos”. Alba se enteró que Manuel estaba con su abuela mucho después, en 1977, en la Guardia de Infantería Reforzada, cuando Chiche la fue a ver y se reencontró con su hijo que se durmió en sus brazos.
Acosta es la ex militante del PRT que reconoció la ex Casa de UDA, un centro clandestino del terrorismo de estado, a sólo cien metros de la Casa de Gobierno, donde estuvo desaparecida diez días junto con otros cinco compañeros. El robo de Manuel es “un dolor con el que transito mi vida, que fue terrible para mí”, dijo en un diálogo con Rosario/12.
La madrugada del 12 de octubre de 1976 fue “muy traumática”, dijo Alba. Alrededor de las dos, un grupo de tareas allanó su casa en Santa Fe, donde la secuestraron a ella, a Manuel y a los esposos Rafael Niemes y Alcira Maulin, que estaba embarazada y habían llegado desde Reconquista para una consulta médica. El 10 de octubre, Manuel había cumplido un año. “Todavía no caminaba”.
Los llevan a los cuatro a la Jefatura de Policía de Santa Fe, frente a la plaza San Martín, pero a la noche siguiente los separan. Alba y Manuel son traslados a la Comisaría Cuarta. “Estuvimos en una celda grande que daba al patio, me trajeron una cama y nos dieron de comer al bebé y a mi”. A la tarde, otro traslado. La sacan por un pasillo hasta la cochera de la Cuarta, donde la esperaba el grupo de tareas que le roba a Manuel de sus brazos. “Grito, lloro, hago un escándalo. Él lloraba. Fue muy traumático”, recordó. A partir de ahí, no vio más a su hijo hasta 1977.
Alba y sus compañeros seguían desaparecidos, primero en el D2 de San Martín y Obispo Gelaber, y luego en la ex Casa de UDA, en San Martín 1309, donde la trasladan junto con Mónica Martínez y su esposo, Rubén Viola, Rafael Niemes, Aníbal Sánchez y Carlos Echegoy. El encierro en esa casa –que estaba al margen del circuito represivo conocido- le dejó “la incógnita de qué se trataba. La casa estaba vacía, no había muebles, no había nadie. Nos cuidaba un policía armado y nos traían comida, un pedazo de pan”.
“Después de estar varios días ahí, según nuestro cálculo, diez días, nos dicen que no nos iban a matar y una noche nos vuelven a trasladar a Comisaría Cuarta. Ahí, otra vez los golpes”. La vuelta a la Cuarta fue “horrible”, “estábamos muy deteriorados” cuando la dictadura reconoce la detención de los seis: Viola, Niemes, Sánchez y Echegoy son trasladados a la cárcel de Coronda en enero de 1977 y en febrero, Alba y Mónica Martínez a la Guardia de Infantería, “donde me entero que a mi bebé, lo habían llevado a Reconquista. Una noche lo dejaron en la casa de una vecina de su abuela en una caja. Eran vecinas de toda la vida, que quedaron muy consternadas. Incluso una de ellas lo conocía: Manuel, Manuel”, lo llamó.
Las vecinas le golpearon la puerta: “Chiche abrí, acá está tu nieto”. “No sé si Manuel cuando vio a la abuela la reconoció, pero sintió el abrazo del amor”. “Tengo que agradecer a la comunidad de Reconquista que asistió a mi suegra que ya era una persona mayor y a mi bebé”, dijo Alba. “El estaba muy alterado, lo asustaban mucho las luces de los autos, veía la barredora con una baliza (similar a la de un patrullero) y tenía miedo. Manuel transitó su vida con su abuela, que fue un ejemplo familiar, ella fue por todas las cárceles donde estuvimos porque mi esposo también estaba detenido. Tenemos que agradecer siempre eso, la solidaridad de la familia y de la gente”.
-¿En qué momento le entregan el bebé?
-El 11 de noviembre de 1976. Estuvo un mes desaparecido.
-¿Dónde estuvo todo ese tiempo y a cargo de quién?
-Tengo un blanco ahí. Nunca pude saber. Las vecinas nos comentaron que cuando lo entregaron dijeron que eran compañeros míos.
-Eran policías.
-Sí, eran policías. Además ellas eran mujeres grandes que estaban atentas a los movimientos de la calle. Nos dijeron que un auto había circulado varias veces por el barrio. Lo entregaron en una caja, con ropa limpia. La mamadera estaba caliente.
-¿Cuándo se entera que Manuel estaba con su abuela?
-En la Guardia de Infantería. Cuando yo aparezco en la GIR, mi suegra me va a ver con Manuel. Nos dieron unos minutos, me acuerdo que él se durmió en mis brazos. Fue nuestro encuentro.
-¿Investigaron el robo del bebé?
-No. Lo denuncié en cada circunstancia que se me presentaba, ante la Cruz Roja Internacional que iba a la cárcel de Devoto, ante la OEA. Yo siempre hablé del caso –respondió Alba que volvió a relatar el hecho ante el Tribunal Oral de Santa Fe.
“Tengo el dolor de no saber dónde estuvo Manuel” en ese mes, entre octubre y noviembre de 1976, le dijo a los jueces. “Hoy mi hijo es un hombre de bien. Es médico, muy querido por todos y eso me hace feliz”.
-¿Puede precisar la fecha en la que estuvieron desaparecidos en la ex Casa de UDA?
-Yo tengo una fecha, quizás no coincide con la de mis compañeros. Tenemos apreciaciones distintas entre las personas que estuvimos ahí. Yo tengo que nos llevaron a esa casa el 3 de diciembre (de 1976) porque íbamos contando los días. Nos tuvieron diez días. Yo calculo que era el 13 de diciembre cuando los vuelven a trasladar a la Comisaría Cuarta.
-El 13 de diciembre de 1976 fue la masacre de Margarita Belén, donde fusilaron a detenidos que antes habían trasladado desde distintos lugares.
-Eso es lo que yo asocio, pero no lo sé –concluyó Alba.
MANUEL AZULAY ACOSTA (Hoy médico, de profesión) |
Aníbal Cattáneo:
"TENGO DERECHO A SABER QUÉ PASÓ"
ANÍBAL CATTÁNEO relató ante el Tribunal Oral de Santa Fe los efectos del terrorismo de Estado en un niño. El tenía diez meses cuando un grupo de tareas fusiló a su padre, CARLOS CATTÁNEO, en Santa Fe, y secuestró a su madre, AMALIA ANTONINI, en Paraná. “Hoy estamos en un Estado de derecho. El otro fue el Estado terrorista y así lo voy a llamar yo”, dijo en el juicio a cuatro ex policías federales imputados –entre otros hechos- por el “homicidio agravado” de su papá, el 27 de febrero de 1976. El día que marcó su vida. Aníbal es el primer Cattáneo que llega a la sala de audiencias. “No vengo acá con ánimo de revancha. No es lo que quiero. Vengo por mis hijos. Con ganas de que se haga justicia, que es lenta, pero justicia”, les pidió a los jueces. “Tengo derecho a saber qué pasó y en qué en circunstancias”.
A sus 47 años, Aníbal habla en nombre de sus padres y de una familia diezmada por el terrorismo de Estado. Ya en enero de 1976, su tía MARITA CATTÁNEO había sido detenida en Reconquista. Su tío MARIO CUEVAS logró escapar de los desaparecedores. En febrero, un grupo de tareas del Ejército y de la Policía Federal ejecutó a su papá y secuestró a su mamá. En marzo, después del golpe de Videla, otro secuestro: el de su abuela CARMEN CATTÁNEO, que estaba a cargo de su crianza. En diciembre, el “Indio” CUEVAS es uno de los fusilados en la masacre de Margarita Belén. El amparo de Aníbal, que recién caminaba, y de su primo Andrés de un año –hijo de Marita y Mario- era la casa de su abuelo CARLOS CATTÁNEO, el único que quedó libre.
La abogada querellante de Hijos LUCÍA TEJERA le explicó por qué lo habían convocado a testimoniar en el juicio. “Te queríamos preguntar si podés contarnos qué significó en tu vida el asesinato de tu papá. Cómo pudiste reconstruir lo que pasó. ¿Quién era tu papá?
“Me encantaría completar la información de quién era mi papá, pero lamentablemente no lo conocí”, respondió Aníbal. “Para mí significó justamente esa falta. Una falta enorme, cualquiera que no haya tenido padre lo entiende. Así que en lo afectivo fue un golpazo. Hoy como padre de una nena y un nene me doy cuenta. Realmente me hizo falta toda la vida. Me doy cuenta de eso ahora, 47 años después. En lo emocional, un golpe durísimo”.
“No tener un guía, un padre, es muy difícil”, dijo Aníbal. “Las cosas no son sencillas. Las dificultades económicas, como cualquiera que pierde uno de los soportes de la familia. Convivir con personas que habían sido afectadas en forma directa como mi madre. Muchos problemas, pero sobre todo el vacío”.
En la infancia y en la adolescencia, la falta del padre significó también “la falta de respuestas”. “De no estar seguro en qué circunstancias” lo mataron. “Muchos años, mucha bronca” por la pérdida. “Por no poder ni siquiera poner una cara a esas personas. Me refiero a los matadores”, expresó Aníbal. “No vengo acá con ánimo de revancha. No es lo que quiero. Vengo por mis hijos. Con ganas de que se haga justicia, lenta, pero justicia”.
–¿Qué te pasó para venir a sentarse acá, ante los jueces del tribunal –le planteó Tejera.
–Tenía ganas de dar la cara. Venir a expresarme. Estamos en un Estado de derecho. El otro fue el Estado terrorista y así lo voy a llamar yo. El Estado es algo grande y tengo todo el derecho del mundo a saber qué pasó con mi padre y en qué circunstancias” –contestó Aníbal–. Me hubiese gustado que este juicio fuera antes. Pero voy a tratar de ver el vaso un poco lleno, aunque tenga dos milímetros de agua. Por suerte llegó este día. Me gustaría que la justicia sea más expeditiva, sobre todo para mis hijos. Tener confianza en la justicia es tener confianza en el país que viven mis hijos hoy. Tengo ganas de que tengan una justicia más rápida. Solo eso.
–¿Estás bien? –le preguntó Lucía.
Aníbal sonrió.
–¿Cómo fue tu infancia?
–Me crié en Reconquista, con mis abuelos, porque mi madre estaba presa. Ellos trataron de darme una contención y creo que lo lograron. Mi infancia fue normal.
Aníbal explicó entonces por qué habló del “Estado terrorista. Así lo voy a llamar yo”, había dicho. “Porque durante muchos años escuché que mi padre era un terrorista y con eso no se vive fácil”. En el trato con sus compañeros, algunos comentan lo que escuchaban en sus casas acerca del hijo de… “La verdad es que había un prejuicio muy grande. Y eso fue un choque muy grande” con otros pibes, en una ciudad chica como Reconquista, atravesada por la dictadura.
En el norte, el plan sistemático quedó a cargo de la III Brigada Aérea. Su jefe de Inteligencia, Danilo Sambueli, asumió como interventor de la Municipalidad de Reconquista el mismo día del golpe. En 2013, en el primer juicio a la patota, Sambueli fue condenado a 21 años de prisión por secuestros, tormentos y “violación agravada” a dos hermanas. “Yo soy la víctima”, decía. Falleció en 2015 en prisión domiciliaria, antes de responder en un segundo juicio por la apropiación de otro niño.
Aníbal dijo que conocía la militancia de su papá en el PRT y que pudo reconstruir retazos de su historia. “Tuve la suerte de conocer a MARÍA INÉS GUTIÉRREZ”, que era la segunda pareja de Cattáneo.
–¿Qué recuerda de su padre? –le preguntó el fiscal Martín Suárez Faisal.
–Tengo entendido que me vio un día antes de su fallecimiento (en un encuentro en Paraná). Lo único que me queda de él no es una imagen. Es la sensación de un abrazo. Para mí, era un tipo amoroso, que quería al hijo que trajo al mundo.
Textos:
JUAN CARLOS TIZZIANI