Memoria, Verdad y Justicia en el Norte Santafesino

sábado, 25 de febrero de 2012

Pluma Echegoy II

VIDELA


Corría el año 60 cuando la maestra de sexto grado nos convocó a participar de la conmemoración de un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo. Fue una jornada intensa, al fin de la cual ya éramos héroes. Todos los varones queríamos ser San Martín y todas las mujeres Remedios de Escalada, o muchachas mendocinas, que inflamadas de patriotismo, arrojaban a los pies del General sus alhajas más preciadas para que la Libertad tuviese recursos para ser. El desprendimiento, supe luego, fue menos espontáneo que el que nuestra inocencia e ingenuidad pensara entonces. Alguien me ganó de mano y fui O´Higgins. Mi madre hizo de retazos un uniforme impecable. Cuando me miré al espejo, ya uniformado, me ví mucho más alto de lo que realmente era. El sable fue trabajado por mi padre, sobresalía la empuñadura, que quiso y pudo ser imitación perfecta. No demasiado extenso como para impedir al niño el paso marcial que exigía el acto, el calmo arco, como verdadero, aún en reposo, aún enterrado en su negra vaina, generó en la pequeña muchedumbre asombro y envidia. Expuesto fue otra cosa. ¿De dónde lo sacaste?, me preguntaron. Me lo regaló mi abuelo, mentí. ¿Y qué, fue militar tu abuelo? Sí, les dije, creo que granadero. Fue un buen momento, inolvidable. Entonces, cuando el salón de actos de la Escuela estalló en un cerrado aplauso festejando el encuentro de dos generales de la Independencia, conmovido, me esforcé en mantenerme firme, erguido, imperturbable. Lo logré mirando a nadie, ni siquiera a mis padres, sentados en la segunda fila.

No sabía lo que luego, poco a poco, comencé a saber. Lo que saben todos. Que ese fue el único Ejército glorioso y patriota que jamás tuvimos, sin duda porque su General lo era, y sus oficiales, algunos, no todos.

Lo que vino luego fue una descomposición brutal y paulatina que concluyó en Videla, Massera y Agosti. Unas Fuerzas Armadas en permanente descomposición y oprobio, una suerte de ordas infames y criminales, que en una apuesta abyecta y sucia se pretendían herederas del Ejército Libertador.

Lo peor, lo envilecido, lo cruel, lo brutal, lo despiadado, lo que promovía a sus componentes sopesando el número de asesinatos, tropelías, robos, violaciones, torturas ejecutadas contra su propio pueblo, pretendía ser heredero de aquel Ejército cuya infinita gloria, ya era eterna.

Pueblos originarios, criollos, inmigrantes, hombres, mujeres, adultos, ancianos, niños, recién nacidos, todos, absolutamente todos debieron por decenios padecer la petulancia asesina y torturadora de las Fuerzas Armadas, y de quienes conciben sus lacayos, sus siervos, sus sirvientes, las Fuerzas de Seguridad.

Jorge Rafael Videla y su Junta de Comandantes, como los que les precedieron y sucedieron entrarán a la definitiva instancia de la muerte en su condición de asesinos y traidores de su propio pueblo. Un último gesto de dignidad podría esperarse de un hombre que sabe perfectamente quién es, qué es y qué hizo. Llamarse a silencio. Pero aún ese gesto le fue inaccesible. Así se enteró el mundo no de la suerte de los desaparecidos, sino de qué tipo de hombres dependió la suerte de millones de argentinos durante años.

El periodismo internacional se limitó a reproducir sus declaraciones.

Ciertamente, estaba todo dicho.


carlos echegoy – 18/2/12